sábado, 23 de mayo de 2009


LOS CÓDIGOS ÉTICOS.
Código es, en la opinión del psicoanalista francés Peter Weill “El conjunto de valores que llevan al hombre a comportarse de modo constructivo y armonioso”
[1]. Pero tengamos cuidado de no confundirlo con moralismo que es estático y rígido, que no evoluciona ni tiene capacidad de adaptarse a situaciones peculiares, que se basa en dogmas o reglas y es intolerante.
El código ético se conforma por un grupo humano que se define por su parentesco, por la etnogenia o la geografía y que fundamentalmente tiene dos orientaciones: deontológico y Teleológica.
La deontología es el estudio de la ética del deber y las características de los códigos éticos de este corte son:
Estar fundamentados en la razón y en el deber, en la obediencia ciega a la ley y en la relación directa que guardan con el derecho.
Se basan en el bienestar social y clasifican todos los comportamientos como acertados o errados.
Ni las consecuencias ni las circunstancias cuentan o pesan sobre la moralidad de las acciones y su rigidez puede llevar a la negación de sus propios valores, como en el caso de las “guerras justas” que libran hoy algunas naciones, o la pena de mutilación por robar que impera en los países islámicos.
En un código ético deontológico las normas y los valores están limitados a un grupo, sociedad o nación que ejerce la represión y cuyos métodos pedagógicos son el cultivo del miedo al castigo y a la policía, el adoctrinamiento por la razón y la sugestión y en él, las crisis existenciales y el sufrimiento son vistos como castigo divino. Los jóvenes aprenden por coacción o imposición y sus valores vienen de fuera sin ser vividos, sin realmente sentirlos, por lo que para preservar el equilibrio y la seguridad social se necesitan reglas morales y éticas.
Los efectos de tales códigos dan por resultado el desarrollo de personalidades rígidas, intolerantes y perseguidoras; problemas nerviosos, tristeza-tensión, depresión, culpa, desconfianza, miedo e inseguridad, las cuales son sus manifestaciones más comunes y quizá ello explique muchos de los fenómenos que se extienden en las ciudades: pandillerismo, chavos banda, alcoholismo, drogadicción, SIDA, segregacionismo, desesperanza y suicidio entre otros. Pilles Lipovetsky nos comenta al respecto:
“…la nueva era individualista disgrega los lazos sociales, deshace los encuadramientos familiares, disuelve los referentes religiosos y , de esa forma, favorece el desarrollo de las creencias más delirantes, el retorno al esoterismo, la flotación de las opiniones y las marginalidades sociales, así como los comportamientos más incontrolables e irracionales…esta autonomización de los individuos está acompañada de una gran fragilización de los sujetos, de un sentimiento cada vez más difundido de estrés y de vacío, de depresión, de dificultad para vivir y comunicarse…las nuevas bandas urbanas ilustran a su manera la nueva cultura individualista de autovaloración y de autoapropiación (territorios, símbolos); son una respuesta a la desestructuración de los lazos comunitarios tradicionales en el momento en que la integración y la promoción sociales muestran signos manifiestos de fatiga”
[2]
Por contraste, los Códigos éticos de orientación Teleológica identifican las aspiraciones de las personas y los objetos hacia los cuales debería tender la conducta humana, pero si no se cumplen los objetivos no se considera que la persona sea poco ética. Acepta mediciones entre lo bueno y lo malo que pueden variar de acuerdo con la situación o la interpretación cultural en que se den; no hay acciones buenas o malas a – priori, el valor moral de una acción tiene que ver con la elección humana en situaciones concretas.
Las características de los códigos éticos teleológicos son:
Fundamentarse en la libertad de elegir y la responsabilidad.
Hay una sensibilidad predominante y los valores son universales, trascendentes al individuo, la familia y la nación.
Los valores de la ética tienen que ser despertados, pues son endógenos, vienen de dentro, y una vez despertados las reglas morales ya no son necesarias.
Sus efectos son la tolerancia a sí mismo y al otro, la armonía, la alegría, la confianza, el surgimiento de personalidades libres, tolerantes y pacíficas.
Las sociedades modernas no tienen un código ético único, sino varios que coexisten debido a que las obligaciones morales cambian. Hoy en día nadie se asombra ni de la gran cantidad de madres solteras, ni del incrementado índice de divorcios, y la religión no tiene ya ni el peso ni la autoridad moral que una vez tuvo. Baste mencionar el caso del sacerdote brasileño Leonardo Boff, defensor y exponente de la Teología de la liberación”, excomulgado en 1993 por haberse casado con su secretaria, o de las variadas posturas de la teología protestante que han generado la aceptación del sacerdocio femenino, la homosexualidad y el divorcio.
Lentamente, la religión ha ido perdiendo la influencia que tuvo en la cultura y progresivamente se han venido manifestando una pluralidad de percepciones y consideraciones éticas, ya no solamente religiosas que se reflejan en las normas, los estilos o los límites que establecemos para convivir y que, además de violentar las tradicionales formas de relación existentes, se acompañan de las inseparables quejas como: “antes no se veían estas cosas” o bien “todo pasado fue mejor”.
En relación con esto el filósofo español Fernando Savater nos alerta contra lo que él llama “Antesclerósis” que define como el “equivalente psíquico de la arteriosclerosis, pero más grave que ésta”, no es achaque exclusivo de la vejez ya que comienza a aquejar aún a los más jóvenes, “…sobre todo porque en el pasado no tenemos rivales ni peligros, y en la actualidad sí… antes: contraseña de la pereza, de la cobardía, de la demagogia retrospectiva…”
[3]
No hay un solo criterio universal de ética o de justicia, pero ello no implica que renunciemos a ellos, al contrario, cada vez se hace necesario incorporar a todos los sectores de la población en la discusión para que se refleje en la práctica no sólo el criterio legalista sino los citerior individuales que en su conjunto conforman la realidad social actual.
[1] Weill, Meter, Ética del tercer milenio, Ed. Cuatro caminos, Chile, 1992.
[2] Lipovesky, Pilles, “Espacio privado y espacio público en la era posmoderna” en Sociológica, N° 22, año 8, “lo público y lo privado”, mayo- agosto de 1993, pp. 227-240.
[3] La Jornada, 9 de junio de 1992.

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